Hoy es tan habitual cruzar al Río Zahuapan por el Puente Rojo que, no imaginamos lo indispensable y emblemático que era, allá por las épocas en que podía uno bañarse en las -eso sí- bravas aguas de nuestro amado afluente. Bajo la robusta construcción de vigas de acero puede verse a un catrín y a un paisano, el primero, paraguas en mano, parece evaluar la cantidad de agua que venía río arriba, mirando a lo que hoy es la colonia Adolfo López Mateos, mientras el segundo se halla sobre el bordo por el cual se podía cruzar, siempre y cuando no fuese un día lluvioso.
Y sobre la moderna mole de acero un grupo, seguramente de antecesores nuestros, desafía orgulloso el paso del Zahuapan que, en ese entonces no arrastraba las toneladas de basura y contaminantes como hoy acontece.
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