lunes, 26 de noviembre de 2012

Beatricistas en la orfandad


Tras la partida de Paredes a Brasil hay una gran historia, llena de pasión y poder, que se topó con un grueso muro ante los tecnócratas, de regreso a imponer su estilo.

Arturo Tecuatl

Es casi un hecho que la paisana Beatriz Paredes Rangel, sea nombrada como Embajadora del Servicio Exterior Mexicano. Según lo expresado por ella misma, es Brasil el destino que le aguarda, con el importante foro apropiado para una diplomática de su nivel.

No cabe en México. Ocasiona prurito al clan Salinas, patrocinador de Peña. Digamos que su antagonismo a la tecnocracia salinista ya la había forzado a dejar territorio mexicano. En 1993 Salinas la envió como embajadora a La Habana, tal vez a purgar una condena, no tan larga, poco más de un año, luego del polémico papel jugado en la salida de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, de ese partido, allá por 1988.

Se suponía que el rompimiento con el PRI incluiría originalmente a los tres. Es más, fue Beatriz factor de peso para que Cárdenas tomase tan grave decisión. Sin embargo guardó silencio, se quedó en el PRI y tuvo que ser muda testigo de la consolidación cardenista, lo mismo al ganar el gobierno de Michoacán que, años más tarde, al ser el primer gobernante electo de la Ciudad de México.

Con el tiempo veríamos las verdaderas intenciones de Beatriz: ser la candidata del tricolor a la Presidencia. Pero por más altura ganada con su cuidadosa actuación como dirigente de su partido y miembro alternado de ámbas cámaras, de senadores y diputados, fue incapaz de disipar el recelo de una cúpula tricolor determinada a impedirle el juego.

La figura de Enrique Peña Nieto, vacía de la cabeza pero con una disciplina sobresaliente era lo que demandaba la nueva conferencia, entre salinista y zedillista, como verán ustedes miembros distinguidos de la tecnocracia, uno de cuyos objetivos sería bloquear todos los caminos a la paisana, enérgica representante del echeverrismo, cuya mano se posó años ha, en aquella activista izquierdosa y consentida de otro caso extraordinario del PRI: Emilio Sánchez Piedras, reacio al autoritarismo de su partido, y por lo tanto enviado a la congeladora a causa de ejercer su legítimo derecho a disentir.

Hombre, pero eran tiempos de la temida locomotora priísta. Nadie en su sano juicio podía desincronizarse de la rígida línea.

Cuando Beatriz hubo de romper con la fantasía, su mundo se derrumbó. Peña no solo era el agradable rostro, sino la facia del tren con la memoria de elefante de Manlio Fabio Beltrones y la graciosa maldad de Emilio Gamboa, con la incontrolada testosterona de Murillo Karam y los ojos de capulín envenenado de Luis Videgaray, el inevitable super secretario de Gobernación, con todo el poder que es capaz de concentrar un PRI contrariado por soportar doce años fuera de la nómina presidencial.

Y si afirmo que el mundo de aquella se vino abajo no exagero.

Pero no la entiendo. Había demasiados atrevimientos de pormedio. Que no me diga que su memoria borró el último lapso de su gobierno en Tlaxcala, cuando el timorato y desesperado José Antonio Álvarez Lima, hubo de suplicar al presidente Salinas la remoción de aquella, para llegar sin sobresaltos a la administración que, si algo valioso dejó fue el nombre de Verónica Rascón.

Se percibe. Al nuevo PRI le agradan las mujeres como Angélica Rivera, lindas, obedientes y muy discretas. A ella todo se le perdona porque al igual que su esposo es consciente de la progresión con la que debe llevar sus reflexiones.

Si el PRI combatió por todos los medios la llegada del profeta Andrés Manuel López Obrador, acaso permitiría que alguien de casa, con un expediente de lo atrevido a lo imperdonable, encabezase el proyecto con el cual, reinicia un largo período en el poder.

La pregunta consecuente es, ¿qué va a ser de los beatricistas en Tlaxcala?

Han quedado huérfanos.

Y las alternativas frente a ellos y ellas los obligan a fajarse pantalones y naguas.

Pueden hacerse de su partido y empezar de cero, considerando al culto presidencialista como una mera referencia.

También pueden enlistarse en las sorprendentes alianzas como la planteada por un PAN, víctima del tremendo pragmatismo de última generación.

O tal vez, volver a sonreir con Héctor Ortiz y Alfonso Sánchez Anaya, dispuestos ambos a actual al alimón, con tal de sobreponerse a las temibles embestidas de Mariano González Zarur, hoy por hoy, el mandatario sin rumbo con sede en Tlaxcala.

No hay comentarios:

Publicar un comentario